La desproporción humana

¿Qué vale un hombre en el infinito?
Mas para presentarle otro prodigio no menos asombroso, que busque en lo que conoce las cosas más tenues. Que un gusarapo le ofrece, en la pequeñez de su cuerpo, partes incomparablemente más pequeñas, piernas con punteras, venas en estas piernas, sangre en estas venas, humores en esta sangre, gotas en estos humores, vapores en estas gotas; que dividiendo aún estas últimas cosas, agota el hombre sus fuerzas en tales concepciones, y que el último objeto a que puede llegar sea el de nuestro razonamiento... Tal vez piense que ha llegado a lo extremadamente pequeño en la Naturaleza... Yo quiero hacerle ver ahí dentro un nuevo abismo. Quiero pintarle, no solamente el Universo visible, sino la inmensidad que se puede concebir en la Naturaleza, dentro del recinto de este resumen que es el átomo. Que vea una infinidad de universos cada uno de los cuales tiene su firmamento, sus planetas, su tierra en la misma proporción que el mundo visible; en esta tierra animal es, y, en fin, gusarapos, en cada uno de los cuales se encontrará lo que los primeros han dado; y sin reposo, que se pierde en estas maravillas tan asombrosas en su pequeñez como las otras en su extensión; porque ¿a quién no sorprenderá que nuestro cuerpo, que hace poco hemos considerado como imperceptible al Universo, imperceptible en el seno del todo, sea ahora un coloso, un mundo, o más bien un todo, vista la nada a que se puede llegar?
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Porque, en fin, ¿qué es el hombre en la Naturaleza? Una nada en comparación con lo infinito, un todo en comparación con la nada: un término entre todo y nada. Infinitamente lejano a estos dos extremos, el fin de las cosas y su principio están para él, infinitamente ocultos en un secreto impenetrable; igualmente capaces la nada de que está sacado y el infinito en que está sumergido.
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Parece más natural creerse en disposición de llegar al centro de las cosas, que de abrazar su circunferencia. La extensión visible del mundo nos sobrepasa visiblemente; pero, como somos nosotros los que sobrepasamos las cosas chicas, nos creemos más capaces de poseerlas; y, sin embargo, no es necesaria menos capacidad para llegar hasta la nada, que para llegar hasta el todo.
Es necesario que aquélla sea infinita, tanto en uno como en otro caso; y me parece que aquel que hubiese podido llegar a conocer las últimas razones de las cosas conocería también lo infinito. Lo uno depende de lo otro, y lo uno conduce a lo otro. Los extremos se tocan, se reúnen a fuerza de ser lejanos...

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