Rock & Roll

  La conocí en un taxi. Le di la ventanilla, como hago con las mujeres atractivas y le pregunté el nombre. “María”, dijo orgullosa, y me vinieron a la mente los Aguasclaras tocando Proud Mary.  Me gustó desde que la vi: qué cara, qué ojos, qué tetas… Pero lo mejor eran los ojos. Esos ojos, These eyes, a lo Guess Who, que se imponen como el órgano del Jethro. Nada, que supe que había llegado lo que yo esperaba, mi Woman from Tokio. O from Mantilla, porque vivía a dos cuadras de La Palma. Y parecía perfecta; un poco altanera, pero nada que no se resolviera con dosis de You’re so vain.
   Llegó el momento en que ya no podía pensar. Me sentía Blowin’ in the wind como Dylan, y estaba decidido a hacer lo que fuera por tenerla. No exagero, en aquel momento era capaz de ponerme una guayabera, tomar agua de la Fuente Luminosa o sonarme un CD de los mariconcitos de Pet Shop Boys. Estaba pensando en el futuro, me sentía a gusto para dejar de ser el Wild horse de siempre, y convertirme en su Best of burden. Supe que tenía que actuar. No podía dejar que se fuera. Empecé a buscar una frase apropiada, no muy larga, no muy corta, que fuera armónica y balanceada, que transmitiera todo lo que yo estaba sintiendo. La toqué por el brazo y le dije: “Tengo que acostarme contigo, y ahora, porque puede que no te vea más, yo nunca cojo taxis”.   Respondió rápido: “¿En tu casa o en mi casa?”. Y fue en la mía, en mi House of de rising sun, donde nos desvestimos. Yo, teniendo especial cuidado en quitarme las medias antes que todo, porque un hombre encueros y con las medias puestas, provoca una alevosa marchatrás en cualquier mujer.
   Estábamos de frente mirándonos, yo maravillado y ella resignada, cuando se hizo imprescindible la música (en serio, no puedo templar sin música, es raro, pero es así. Es una cosa psicodélica, como Pink Floyd, que tampoco entiendo, pero no puedo dejar de oírlos). Me dirigí hacia donde tengo mis mieles y le pregunté sin mirarla: “¿Qué quieres oír?”. La respuesta fue implacable: Álvaro Torres. Me volví a poner los calzoncillos, le quité el vaso de vodka de la mano y la miré a los ojos: “Vístete y vete, o si quieres no te vistas, pero vete”. Y cuando ya se dejaban de oír sus tacones en el granito del pasillo, me tomé su vodka y desafinado como siempre, My only friend, the end, empecé a hacerle coros a Jim Morrison.

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