Máscaras

Según cuentan algunos, los corsos de la Avenida La Plata, en Santos Lugares, es frecuentado por ángeles y demonios. Solía decirse que entre todas las máscaras del corso, una de ellas era el diablo. Los hombres sensibles de Flores solían pasearse por ahí tratando de reconocer el sello de las legiones, o bien gritando frases ingeniosas en el oído de las muchachas. Cada vez que sospechaban del carácter sobrenatural de algún enmascarado comenzaban a acosarlo tratando de provocar alguna reacción reveladora. Nunca tuvieron suerte. En la última jornada, una figura cubierta con una capa negra se acercó a Manuel Mandeb que había llegado al otro extremo del corso.
- Soy la muerte - dijo.
Mandeb señaló su mediocre indumentaria de pirata y declaró que era el capitán Morgan. La figura insistió.
- Disculpe. No ha sido mi intención dar título a mi disfraz. Soy la muerte, más allá de cualquier metáfora. Y si me permite la franqueza vengo a llevármelo.
Mandeb entornó los ojos y levantó el índice, como quien se apresta a una refutación, dio media vuelta y salió corriendo por la avenida. Al cabo de una cuadra y media la figura lo alcanzó.
- Déjese de payasadas, venga conmigo, lo único que falta es que me haga un escándalo en plena calle.
- Me va tener que arrastrar dijo Mandeb muerto de miedo, además me parece que usted no es más que un sifonero, o quizás un ferroviario disfrazado.
La muerte alzó un brazo y Mandeb quedó helado, tal como suele ocurrir en estos casos, pasaron por su mente los episodios mas importantes de su vida. Advirtió, sin embargo, que esa no era la suya.
- Me parece que usted está buscando otra persona.
- Yo busco al que encuentro. Nadie es otra persona.
En ese momento apareció una muchacha deslumbrante vestida de ángel. Era Beatriz Velarde, el amor imposible de Mandeb, la novia ausente, la mujer que lo había amado solo por un rato. Lucía unas alas color celeste y un antifaz de plata ocultaba sus ojos.
- ¿Qué es lo que pasa? - dijo el ángel.
- Soy la muerte y vengo llevarme a este caballero.
El ángel se acercó a Mandeb y lo besó en la boca.
- Muy bien. Ahora no te lo podrás llevar. Si un ángel besa a un moribundo, la parca debe retroceder .
La muerte miró a Beatriz, era difícil no confundirla con un ángel. Si decir una palabra, dio media vuelta y desapareció detrás de una murga.
Mandeb quiso tomar la mano de Beatriz, pero ella le tiró una serpentina y salió corriendo.
Durante el resto de la noche, el pensador de Flores buscó infructuosamente al ángel por todo el corso. Ya era de día cuando llegó a su casa.
Después, durante toda su vida, siguió buscando a Beatriz.
Pero ella no volvió a besarlo nunca más.

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