La despedida (II)

- Y naturalmente tengo que pensar en el mundo en el que nacería ese hijo. Inmediatamente se apoderaría de él la escuela y le metería en la cabeza las mentiras contra las que yo mismo he luchado inútilmente toda la vida. ¿Debería permanecer impasible viendo cómo mi descendiente se convierte en un bobo conformista? ¿O debería transmitirle mis propias ideas y verlo infeliz por tener que enfrentarse a los mismos conflictos que yo?
- Continúe - dijo Bertlef.
- Y naturalmente tengo que pensar en mí. En este país los hijos son castigados cuando los padres son desobedientes y los padres cuando son desobedientes los hijos. ¡Cuántos jóvenes han sido expulsados de sus estudios porque sus padres habían caído en desgracia! ¡Y cuántos padres se han resignado a ser toda su vida unos cobardes, sólo para no perjudicar a sus hijos! Si alguien quiere mantener aquí al menos un poco de libertad, no puede tener hijos - dijo Jakub y se quedó en silencio.
- Le faltan aún cinco motivos para completar el decálogo - dijo Bertlef.
- El último motivo es tan grande que vale por cinco - dijo Jakub-. Tener un hijo significa manifestar que se está absolutamente de acuerdo con el hombre. Si tengo un hijo, es como si dijera: He nacido, he experimentado la vida y he comprobado que es tan buena que merece ser repetida.
- ¿Y usted no cree que la vida sea buena? - preguntó Bertlef. Jakub procuró hablar con precisión y dijo con cautela:
- Lo único que sé es que nunca podría decir con profunda convicción: El hombre es un ser magnífico y quiero repetirlo.

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