Yo soy un extraño bucle

Somos curiosos collages, extraños planetoides que crecen acumulando costumbres, ideas, estilos, tics, frases, bromas, melodías, esperanzas y temores de otras personas como si fuesen meteoritos que llegaran del espacio exterior, colisionaran con nosotros y se quedasen adheridos. Lo que al principio es un gesto artificial y ajeno, poco a poco se va fundiendo en nuestro propio «yo» como la cera se derrite al sol, y gradualmente se convierte en parte de nosotros como si siempre hubiera sido así (aunque la persona de la que proviene lo haya tomado prestado, a su vez, de un tercero). A pesar de que mi metáfora del meteorito pueda sonar como que somos víctimas de un bombardeo aleatorio, no pretendo decir que absorbamos todo gesto que llegue a la superficie de nuestra esfera; somos muy selectivos y asimilamos sólo los rasgos que codiciamos o admiramos, pero incluso nuestra selectividad se ve influida a lo largo del tiempo por lo que hemos llegado a ser como resultado de nuestras reiteradas asimilaciones. Y lo que una vez estuvo en la superficie acaba enterrado como una ruina romana, cada vez más cerca de ese núcleo nuestro cuyo radio sigue creciendo.
Todo lo anterior sugiere que cada uno de nosotros es un conglomerado de fragmentos de almas de otras personas, sólo que dispuestos de una manera particular. Pero, por supuesto, no todos los contribuidores están representados de igual modo. Aquellos a los que nos unen fuertes lazos afectivos provocan fuertes representaciones en nuestro interior, y nuestro «yo» se forma bajo una compleja interacción de todas sus influencias actuando a lo largo de muchos años. Un extraordinario dibujo a plumilla, similar a una «deformación del parquet», creado en 1964 por David Oleson, ilustra esta idea, no sólo desde el punto de vista gráfico, sino a través también del juego de palabras que es su título: «I at the Center» («I en el centro» y, también, «Yo en el centro»).
Vemos aquí a un individuo metafórico en el centro, cuya forma (la letra «I») es una consecuencia, a su vez, de las formas de todos sus vecinos. Las formas de éstos son consecuencia, a su vez, de las formas de alrededor, y así sucesivamente. A medida que nos movemos hacia la periferia del dibujo, las formas se hacen cada vez más diferentes unas de otras. Una maravillosa metáfora visual de cómo estamos determinados por la gente que nos rodea, especialmente por los que están más cerca.

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