La conjura de los necios

 «Al desmoronarse el sistema medieval, se impusieron los dioses del Caos, la Demencia y el Mal Gusto», escribía Ignatius en una hoja de sus cuadernos Gran Jefe.
«Tras el periodo en el que el mundo occidental había gozado de orden, tranquilidad, unidad y unicidad con su Dios Verdadero y su Trinidad, aparecieron vientos de cambio que presagiaban malos tiempos. Un mal viento
no trae nada bueno. Los años luminosos de Abelardo, Thomas Beckett y Everyman se convirtieron en escoria; la rueda de la Fortuna había atropellado a la Humanidad, aplastándole la clavícula, destrozándole el cráneo, retorciéndole el torso, taladrándole la pelvis, afligiendo su alma. Y la Humanidad, que tan alto había llegado, cayó muy bajo. Lo que antes se había consagrado al alma, se consagraba ahora al comercio.»

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El, como medievalista, creía en la roía Fortunae, o rueda de la Fortuna, un concepto básico de De Consolatione Philosophiae, la obra filosófica que había sentado las bases del pensamiento medieval. Boecio, el último romano, que había escrito la Consolatione mientras padecía una prisión injusta por orden del emperador, había dicho que una diosa ciega nos hace girar en una rueda, que nuestra suerte se presenta en ciclos.
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«Cuando Fortuna hace girar su rueda hacia abajo, vete al cine y disfruta más de la vida.» Ignatius estaba a punto de decirse esto, cuando recordó que iba al cine casi todas las noches, girase como girase la rueda de la Fortuna.
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Vemos, pues, que incluso cuando la rueda de la Fortuna nos hace girar hacia abajo, se para a veces un
momento y nos vemos en un pequeño ciclo positivo dentro de ese ciclo negativo más amplio. El universo se basa, por supuesto, en el principio del círculo dentro del círculo. De momento, estoy en un círculo más interno. Son posibles también, claro está, círculos más pequeños dentro de este círculo.
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