La virgen de los sicarios

[...] aquí la vida humana no vale nada.
¿Y por qué habría de valer? Si somos cinco mil millones, camino de seis... Imprímalos en billetes a ver qué quedan valiendo. Cuando hay un cinco –digamos seis– con nueve ceros a la derecha, uno es un cero a la izquierda. Vale más un mono tití, de los que quedan pocos y son muy bravos. Nada somos, parcerito, curémonos de este "afán protagónico" y recordemos que aquí nada hay más efímero que el muerto de ayer. ¿Quién sabe de los tres soldaditos del parque que dizque nos iban a requisar? No salieron ni en El Colombiano, y el que no sale en El Colombiano es porque sigue vivo o está muerto. ¿Y "parcerito" qué es? Es aquel a quien uno quiere aunque uno no se lo diga aunque él bien que lo sabe. Sutilezas de las comunas, pues.
La fugacidad de la vida humana a mí no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol. Así, de partido en partido se está liquidando la memoria de cierto candidato a la presidencia, liberal, muy importante, que hubo aquí y que tumbaron a bala de una tarima unos sicarios, al anochecer, bajo unas luces dramáticas y ante veinte mil copartidarios suyos en manifestación con banderas rojas. Ese día puso el país el grito en el cielo y se rasgaba las vestiduras. Y al día siguiente ¡goool! Los goles atruenan el cielo de Medellín y después tiran petardos o "papeletas" y "voladores", y uno no sabe si es de gusto o si son las mismas balas de anoche. Se oyen tiros en la oscuridad, por aquí, por allá, y uno antes de volverse a dormirse pregunta: "¿A quién habrán sacado ya de la fiesta?" Después usted vuelve a las ondas alfa, beta, gamma del sueño, arrullado por los tiros.
Dormirse con tiroteo es mejor que con aguacero. Se siente uno tan protegido en su cama...
[...]
Mire parcero: no somos nada. Somos una pesadilla de Dios, que es loco.

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