El extraño caso del Dr. Jekyll & Mr. Hyde

Nací en el año de 18.., heredero de una gran fortuna y dotado además de excelentes cualidades; inclinado por la naturaleza al trabajo, gocé muy pronto del respeto de los mejores y más sabios de mis semejantes y, por lo tanto, todo me auguraba un porvenir honrado y brillante. Y, realmente, la peor de mis faltas era cierta vivaz e impaciente disposición que ha hecho la felicidad de muchos, pero que yo hallé difícil de reconciliar con mi imperioso deseo de llevar la cabeza en alto y de mostrar ante la sociedad un aspecto más solemne de lo habitual. Por esta razón oculté mis placeres, y cuando llegué a los años de reflexión en que el hombre comienza a mirar a su alrededor y a evaluar sus progresos y la posición que ha alcanzado, ya estaba entregado a una profunda duplicidad en mi vida. Muchas personas, incluso, se hubieran enorgullecido de las irregularidades que yo cometía, pero debido a las altas miras que me había impuesto, las juzgué y oculté con un sentido de la vergüenza casi morboso.
Así, pues, fue la exageración de mis aspiraciones y no la magnitud de mis faltas lo que me hizo como era y separó en mi interior, con una zanja más profunda de la que es común en la mayoría, las dos regiones del bien y del mal que dividen y componen la naturaleza del hombre. En mi caso, reflexioné profunda y repetidamente sobre esa dura ley de vida que se encuentra en las raíces de la religión y representa una de las más abundantes fuentes de sufrimiento.
[...]
Unirme definitivamente a Jekyll significaba renunciar a aquellos apetitos que por largo tiempo había llegado a saciar; entregarme a Hyde era renunciar para siempre a mis intereses y aspiraciones y convertirme de pronto y para siempre en un ser despreciable y sin amigos.
La alternativa puede parecer desigual, pero había una consideración más a tomar en cuenta: mientras Jekyll sufriría quemándose en el fuego de la abstinencia, Hyde ni siquiera tendría conciencia de lo que había perdido. Por extrañas que fueran las circunstancias en que me encontraba, los términos del debate eran tan viejos y tan comunes como el hombre mismo. Muchos de estos móviles y tentaciones son muy semejantes a los que deciden la suerte del temeroso pecador; y así ocurrió conmigo, como suele ocurrir con la gran mayoría de los seres humanos: me decidí por la parte buena y me encontré después sin la firmeza necesaria para atenerme a mi decisión.

Comentarios

Entradas populares