La vida breve

Lo malo no está en que la vida promete cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da y deja de darlas.
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Un hombre no hará nada si no se olvida de sí mismo.
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Es igualmente mentira esta postergación, para un año cualquiera, del acto de inspección general de la primavera que yo podría hacer ahora mismo y salvarme, con solo caminar descendiendo hasta el sitio donde estuvo entumecida la vaca en el alba. Y si esto no alcanza, aunque tiene que alcanzar, seguir andando hasta la tarde y noche. Ir moviéndome como un animal o como Brausen en su huerto para examinar y nombrar cada tono del verde, cada falsa transparencia del follage, cada rama tierna, cada perfume, cada pequeña nube apelotonada, cada reflejo en el río. Es fácil; moverme mirando y oliendo, tocando y murmurando, egoísta hasta la pureza, ayudándome, obligándome a ser, sin idiotas propósitos de comunión; tocar y ver en este cíclico, disponible principio del mundo hasta sentirme una, ésta, incomprensible y no significante manifestación de la vida, capricho engendrado por un capricho, tímido inventor de un Brausen, manipulador de la inmortalidad cuando el impuesto ejercicio del amor, cuando la circunstancia personal de la pasión. Saberme a mí mismo una vez definitiva y olvidarme de inmediato, continuar viviendo exactamente como antes pero con la boca que ahora me abre la ansiedad.
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Cualquier pasión o fe sirven a la felicidad en la medida en que son capaces de distraernos, en la medida de la inconsciencia que puedan darnos.

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