El inquietante día de la vida

Ángel me empuja y ya estoy abrazado a Mercedes, girando en el vals, aturdido por el maravilloso champagne y me aflojo. Logro distenderme y dejo los músculos, las piernas y los brazos que floten suaves, como si estuviera entregado al mar. La felicidad, intuyo, debe de ser poder olvidarse de uno mismo.

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