Los perros del paraíso


¡Estar! Apreciar con serenidad los fáciles frutos del Edén. Estar y dejarse estar. La hamaca del almirante se transformaría en el símbolo de aquella etapa de feliz retorno a las madres. Admirar el suave canto de las aves, aprender los mil matices de esos concertistas. Apreciar el dulce vivir de las orquídeas. ¿Por qué ahuyentar con tizones a la pantera que sólo busca el venado suyo de cada día?
Les recomendó el tabaco, vicio novísimo. El consumo de leche de coco y una dieta preferentemente vegetal, pero sin obstinación. Aunque prevenía: "Eviten las carnes rojas, son el alimento de la maldad".
Después de dos semanas empezaron a sentir que sin el Mal las cosas carecían de sentido. Se les desteñía el mundo, las horas eran nadería. En realidad el tan elogiado Paraíso era un antimundo soso, demasiado desnudo, diurno -porque la noche ya no era la noche-. Andar desnudos y sin Mal era como presentarse de frac a la fiesta que ya acabó.
Habían nacido y sido educados para edificar el bien. Para caer y rescatarlo.
El estado de salvación decretado por el almirante los descolocaba física y metafísicamente.
- ¡Estar! ¡El aburrimiento, el opio...!

Comentarios

Entradas populares