Historia del Rey Transparente (II)

Su piel es tan clara que parece de leche, aunque sus mejillas hoy están sonrosadas, tal vez por la carrera. Tiene el rostro carnoso, los labios abultados, una nariz menuda y unos ojos oscuros e inquietantes que ahora me miran fijamente con mirada de loca. Dhuoda suspira, desabrocha su alfiler de oro, coge la rosa blanca de su pecho y hunde su nariz entre los pétalos con deleite.
—Mmmmm..., qué hermosas son las rosas. Mira ésta: la belleza de su forma, el aroma exquisito... y sus espinas duras y crueles.
Es verdad: en el breve tallo de la flor cortada hay tres o cuatro espolones de temible aspecto.
—Por eso amo las rosas, porque no son inocentes, aunque lo parecen... Escucha, mi Leo: además de matar, la cantárida posee otras propiedades. Si mezclas el cocimiento ponzoñoso con miel en las proporciones adecuadas y luego te lo comes, el cuerpo se te enciende como un fuego y eres una pura llama de gozo carnal, hasta un punto que no podrías ni imaginar. Pero para alcanzar ese paraíso de los sentidos tienes que ser sabio, para controlar la exactitud de la mezcla, y valiente, para que no te importen las consecuencias...

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